Comprender el propósito de Dios en el sufrimiento suele comenzar con la pregunta que resuena en el corazón humano en los momentos de profundo dolor: “¿Por qué, Dios?”.
Un diagnóstico inesperado, la pérdida de un ser querido, una crisis financiera abrumadora, una traición dolorosa. El sufrimiento llega sin avisar y, con él, la angustiosa búsqueda de sentido.
En nuestro camino de fe, esta pregunta se agudiza aún más: “Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué me permite pasar por esto?”. Es una tensión que puede sacudir los cimientos incluso de la fe más sólida.
La Biblia no rehúye esta cuestión y dedica a este misterio uno de sus libros más profundos: la historia de Job.
Este artículo es una invitación a caminar con este hombre que lo perdió todo, no para encontrar respuestas fáciles, sino para descubrir que es posible encontrar la presencia de Dios de un modo más profundo, no a pesar del sufrimiento, sino a través de él.
Las lecciones del libro de Job nos enseñan a confiar en el carácter de Dios incluso cuando sus caminos son un misterio.
La realidad del sufrimiento en un mundo caído
La historia de Job comienza presentándonos a un hombre “íntegro y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal” (Job 1:1). Inmediatamente, la Biblia desmonta la idea de que todo sufrimiento es un castigo directo por un pecado concreto.
Job era el mejor de los hombres y, sin embargo, la calamidad le golpeó de un modo inimaginable.
El libro nos obliga a enfrentarnos a una realidad incómoda: vivimos en un mundo caído en el que a la gente buena le ocurren cosas malas.

Desmontando las respuestas fáciles
La parte central del libro consiste en un largo y doloroso diálogo entre Job y sus tres amigos, Elifaz, Bildad y Zofar.
Llegaron con las mejores intenciones, pero armados con una teología simplista y cruel conocida como “teología de la retribución”. Para ellos, la ecuación era sencilla: Dios es justo, por lo que bendice a los justos y castiga a los pecadores.
Si Job estaba sufriendo tanto, la única conclusión lógica era que había cometido un gran pecado oculto. Elifaz pregunta: “Piensa en ello: ¿Qué inocente ha perecido? ¿Dónde han sido destruidos los rectos?” (Job 4:7).
Aunque bienintencionados, los amigos de Job se convierten en sus “molestos consoladores” porque intentan meter a Dios en una caja teológica, ofreciendo respuestas fáciles a un profundo misterio.
El libro de Job nos enseña la primera gran lección sobre el sufrimiento: hay que tener mucho cuidado con las explicaciones simplistas.

La batalla invisible
Lo que ni Job ni sus amigos sabían, pero que nosotros como lectores tenemos el privilegio de conocer, es lo que ocurre entre bastidores en el cielo en los capítulos 1 y 2. Asistimos a un diálogo entre Dios y Satanás, en el que la integridad de Job se convierte en el centro de una disputa cósmica.
El sufrimiento de Job no fue causado por su pecado, ni fue un acto arbitrario de Dios. Fue permitido por Dios, dentro de Sus límites soberanos, con un propósito que era, en ese momento, totalmente invisible a los ojos humanos.
Esto nos enseña una verdad humilde: existe una realidad espiritual mucho mayor de lo que podemos ver. Nuestras pruebas pueden ser parte de un propósito divino que está mucho más allá de nuestra comprensión inmediata. El silencio de Dios no es la ausencia de un plan.
La Cruz y el Dios que sufre con nosotros
La gran frustración de Job en sus diálogos es la sensación de que Dios está lejos y de que no hay mediador que pueda interponerse entre él y el Creador (Job 9:33).
El libro de Job termina con Dios hablando en un torbellino, revelando su inmensa sabiduría y poder en la creación, pero sin dar nunca a Job la respuesta al “por qué” de su sufrimiento.
La respuesta definitiva al problema del dolor no se encuentra al final del libro de Job, sino siglos después, en la cruz de Jesucristo.
La respuesta final en la Cruz
El Evangelio da la vuelta al problema del sufrimiento. En lugar de darnos una explicación filosófica del dolor, Dios se nos ha dado a sí mismo.
En la cruz, Dios no está en un trono lejano, observando pasivamente nuestro sufrimiento. Entra en nuestro sufrimiento en su forma más extrema.
Jesús, el Hijo de Dios, se convierte en el “Job” definitivo: el hombre inocente que sufrió de forma inimaginable, que fue abandonado por sus amigos y que gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
La cruz no responde a todas nuestras preguntas sobre el “por qué” de cada sufrimiento concreto, pero sí a la pregunta más importante: “¿Dónde está Dios en mi dolor?”.
La respuesta es: “Allí, a tu lado, sufriendo contigo”. Como nos consuela Hebreos 4:15, no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades.
El Evangelio nos asegura que, gracias a Cristo, nuestro sufrimiento nunca es una prueba de la ausencia de Dios, sino una oportunidad para experimentar su presencia compasiva de un modo más profundo.

Pasos prácticos: confiar en Dios en medio del dolor
Las lecciones del libro de Job no son teóricas, sino que nos ofrecen una hoja de ruta práctica sobre cómo atravesar las épocas de sufrimiento en nuestras propias vidas. El viaje de Job nos enseña a reaccionar con una fe honesta, resistente y, en última instancia, centrada en Dios.
1. La práctica del lamento sincero
Job no sufrió en estoico silencio. Se rasgó las vestiduras, se afeitó la cabeza y se arrojó al suelo (Job 1:20). Maldijo el día de su nacimiento (Job 3). Discutió con Dios, cuestionó su justicia y derramó la totalidad de su dolor y confusión.
La Biblia incluye 42 capítulos de su lucha, enseñándonos que el lamento sincero no es un pecado; es una forma de oración. Dios no teme nuestras preguntas, nuestra ira o nuestro dolor. Prefiere nuestra honestidad brutal a nuestra piedad fingida.
Date permiso para lamentarte. Escribe tu propia oración de lamento en un diario. Dile a Dios exactamente cómo te sientes, sin reproches. “Dios, estoy enfadado”, “Dios, no lo entiendo”, “Dios, ¿dónde estás?”. Ser sincero con Dios es el primer paso hacia la sanación y una intimidad más profunda.
Pregunta para reflexionar: ¿Cuál es la pregunta más sincera y dolorosa que necesitas hacer hoy a Dios, sin miedo a su reacción?
2. La disciplina de rechazar los consejos fáciles
En medio del dolor, somos vulnerables a los clichés espirituales y a las respuestas simplistas, ya sea de los demás o de nosotros mismos.
Los amigos de Job, con su teología de “causa y efecto”, sólo aumentaron su dolor. El viaje de Job nos enseña a discernir. No todos los consejos que suenan “espirituales” vienen de Dios.
Cuando estés sufriendo, protege tu corazón de las personas que intentan ofrecer explicaciones fáciles a tu dolor.
Rodéate de amigos que, como los de Job en los primeros siete días, sean capaces simplemente de “sentarse en el suelo contigo en silencio” (Job 2:13). A veces, la presencia empática es el mayor consuelo.
Pregunta para reflexionar: ¿Qué “respuestas fáciles” has escuchado (de otros o de ti mismo) que necesitas silenciar para poder simplemente descansar en la misteriosa presencia de Dios?
3. Adoración en medio de la pérdida (respuesta de Job)
A pesar de sus lamentaciones, las primeras palabras de Job tras perderlo todo son una de las declaraciones de fe más poderosas de la Biblia: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me iré.
El Señor ha dado, el Señor ha quitado; alabado sea el nombre del Señor” (Job 1:21). Adorar a Dios no por sus bendiciones, sino por lo que es, incluso en medio de la pérdida, es el acto supremo de fe.
La adoración en medio del dolor no consiste en fingir que no duele. Se trata de elegir levantar los ojos más allá de las circunstancias y declarar que, a pesar de todo, Dios sigue siendo digno de alabanza.
Canta una canción de alabanza, incluso con lágrimas en los ojos. Lee un salmo de alabanza en voz alta. La adoración es un arma espiritual que cambia la atmósfera de nuestros corazones.
Pregunta para reflexionar: Incluso en medio de tu dolor actual, ¿qué atributo del carácter de Dios (Su fidelidad, Su amor, Su soberanía) puedes elegir adorar hoy?
4. La humildad de descansar en la soberanía de Dios
Al final del libro, Dios no le da a Job una lista de razones de su sufrimiento. En cambio, le da a Job una visión de su propia majestad, poder y sabiduría.
La respuesta final de Dios al dolor de Job no fue una explicación, sino una revelación de sí mismo. Job concluye: “Mis oídos habían oído hablar de ti, pero ahora mis ojos te han visto” (Job 42:5).
El mayor propósito de Dios en el sufrimiento es a menudo llevarnos a un conocimiento más profundo e íntimo de Él. Renuncia a tu necesidad de tener todas las respuestas. En lugar de rezar “Dios, explícate”, reza “Dios, revélate”. Busca más la presencia de Dios que sus explicaciones.
Pregunta para reflexionar: ¿Puedes desprenderte de tu necesidad de “entender por qué” y en su lugar pedir a Dios la gracia de “confiar en Quién”, incluso sin las respuestas?
Conclusión: El propósito de Dios en el sufrimiento
La historia de Job no nos ofrece una fórmula para evitar el dolor, sino un mapa para atravesarlo con fe. Aprendemos que el sufrimiento no es necesariamente un castigo, que las respuestas fáciles suelen ser crueles y que el lamento sincero es una forma de oración.
Sobre todo, aprendimos que, aunque nunca lleguemos a entender del todo el “por qué” de cada prueba en esta vida, podemos conocer al “Quién” que tiene el control soberano de todas las cosas y que nos ama con un amor eterno.
El silencio de Dios en el libro de Job se rompe rotundamente en la cruz de Cristo, donde no sólo habló, sino que actuó, sufriendo por nosotros y con nosotros. Si te encuentras en un valle de sufrimiento, aférrate a esta verdad.
Tu dolor no es en vano. Dios está presente contigo, y tiene un propósito, aunque sea, por ahora, un misterio. Confía en el Redentor que un día enjugará toda lágrima de nuestros ojos.
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